Turismofobia.

Hemos creado un turismo sin control, invasor y devorador de espacios. Surgen movimientos contra ese tipo de viajeros, pero no somos inocentes. No equivocamos el preferir cantidad en vez de calidad.

Es conocido el movimiento contra el turismo surgido en Barcelona por parte de grupos antisistema. Un turismo invasor, que proporciona beneficios (para unos pocos) impide que el ciudadano normal pueda hacer uso adecuado de los servicios públicos (transporte, sanidad...) o, simplemente, poder moverse por las aceras de su ciudad.

El afán de beneficiarse del turismo es uno de los motivos de esta invasión. Y, en mi opinión, tiene mucha culpa la hostelería (que siempre gana, en fiestas, bodas... cualquier evento) y que utiliza la infrestructura de una ciudad o un país en beneficio propio, lo que sí es legítimo. En años previos se ha ofrecido al turista una imagen de que en España todo está permitido: viajes baratos, alcohol casi gratis, desmadre en cualquier lugar y momento, falta de calidad en la oferta turística, picaresca, permisividad... y esto pasa factura. Los desmanes en Mallorca, Salou... no son gratis. 


Se ha buscado el beneficio basado en la cantidad y no en la calidad. Hemos creado en nuestras ciudades un entorno de permisividad, bajos precios y servilismo al turista que nos ha llevado a llamar a un turismo de borrachera y no a un turismo de cultura.

Los habitantes de las ciudades muy turísticas perciben que los clientes son los turistas y no los vecinos de toda la vida. Ruidos, suciedad, subida de precios, alojamientos ilegales y fuera de control, con convivencia imposible... y el lunes hay que madrugar para ir a trabajar.

No se debería protestar contra el turismo. Se deberá protestar contra la generación de puestos de trabajo precarios, cuyos beneficios acaban en manos de otros.

España ha sido un país de pícaros. Engañar ha sido considerado, a veces, tristemente,  como un síntoma de inteligencia. Y me refiero a personas de la calle y de la alta sociedad y política vieja y nueva.

Cambiar esto ahora, va a ser difícil. Tratar de hacer ciudades con turismo respetuoso como Mónaco... es una utopía.

Otro motivo de esta invasión puede ser la enorme proliferación de alojamientos ilegales. En Barcelona se prohibió la creación de nuevos hoteles; como consecuencia existe un crecimento exponencial de los hospedajes ilegales. Pero esto tiene una fácil y rentable solución (y sé de lo que hablo, a personas conocidas les han multado al sufrir una inspección): Crear un cuerpo de inspectores (cientos, miles... serán rentables) que controlen cada uno de los pisos de alojamiento ilegal en las ciudades que no desean más turismo.

Quizás no interese. Nos movemos en una dualidad turismo sí/no que puede hacer temblar nuestra propia economía; no olvidemos nuestro potencial turistico.

Por otra parte, en el bando de la protesta, tenemos un grupo de antisistemas, desestabilizadores de la convicencia, oportunistas a quienes no les preocupa el turismo pero sí el llamar la atención y desestabilizar (a cambio de nada). Y conocen el juego: los propios vecinos que protestan se convierten automáticamente en antisistema (incluso los abuelillos que han visto cómo se pierde la paz de su barrio).

Y las protestas no son inocentes y solo dirigidas contra el turismo. Se trata de una protesta contra el propio estatus políticos del país. Esto se ve claro cuando en zonas en las que está casi prohibido hablar y rotular en español, podemos ver pancartas en perfecto castellano. En ese caso quien protesta contra el turismo no es una ciudad o una región, es España. Eso afecta a todos, incluso a quienes piden que el turismo de esas zonas nos lo envíen a nuestra vieja e histórica, de verdad, tierra.

Entonces... ahora no nos quejemos. Se veía venir. Técnica del avestruz...

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